lunes, 1 de junio de 2009

El final del camino

A la salida del metro, nos sorprendió una bella estampa de un cielo amenazante de lluvia. Finalmente optamos por desembarcar en la estación de Cuatro vientos, por ser un lugar que desconocíamos por completo.


Antes de iniciar nuestra deriva, había recogido una moneda de cinco céntimos del suelo y este hallazgo, esta suerte, me permitió desreglamentar nuestro recorrido; andaríamos las calles en línea recta hasta cruzarnos con alguna intersección. Una vez en la intersección, lanzaría la moneda al aire y, dependiendo de su signo (porque con estas monedas de cinco céntimos no se puede hablar de cara y cruz) iríamos hacia la derecha o hacia la izquierda, otra vez en línea recta hasta encontrarnos con alguna intersección o ser incapaces de proseguir nuestra marcha. Nuestra caminata duró dos horas a través de parajes diversos y rectas interminables.

Hay un fragmento sobre la teoría de la deriva que nunca entendí hasta ese momento

La influencia de las variaciones del clima sobre la deriva, aunque real, no es determinante más que en caso de lluvias prolongadas que la impiden casi absolutamente. Pero las tempestades y demás precipitaciones son más bien propicias.

¿Propicias? ¿qué querían decir los situacionistas con propicias? en un estado de psicogeografía, el entorno tiene una relación directa con nuestro estado de ánimo y así ocurrió con aquella tempestad que sobrevolaba nuestras cabezas y a veces nos mojaba, que nos hacía ver las cosas con cierta... magnificencia, diría. Los claroscuros otorgaban a nuestro trayecto cierto halo de misterio y surrealidad. Claro estaba, habíamos dejado que el límite fuera impuesto por el registro de nuestro ánimo y el azar, caprichoso, nos llevaba hasta los confines de la ciudad, adentrándonos en el campo.




Giramos hacia la izquierda y recorrimos un sendero tortuoso que veíamos, muy al fondo y tras la espesura de los árboles, limitado por una cima coronada por un quitamiedos. Pensamos que allí una autopista nos obligaría a detener nuestra marcha y no estábamos conformes con aquel final. Subimos la cima decepcionados y, cuando llegamos arriba, para nuestro asombro, descubrimos que se trataba de un puente abandonado. Tomamos el puente y disfrutamos de una excelente panorámica, enmarcada por la tempestad. Aquel puente, último vestigio de la ciudad, nos pareció realmente el fin de ésta y el fin de nuestro viaje, ya que sentimos realmente estar en el fin del mundo donde sólo las ruinas y nosotros éramos testigos presenciales. Decidimos fotografiarnos en el centro de nuestra conquista y dejar la moneda en el suelo creyendo que, quizás alguien algún día, emprendiera desde allí un camino similar.

Por su naturaleza en gran medida azarosa, esta obra puede relacionarse con el arte dadá. La inclusión del azar en las obras de este grupo debe relacionarse con el carácter antiestético que querían reivindicar, no estando hechas las obras dadaístas por artistas sino por hombres. Como ya dije, es importante que todas estas obras puedan ser realizadas por cualquiera, algo que desacredita la estructura artística tradicional en donde el genio y el virtuosismo, lo fuera de lo común, es lo que otorga valor a la obra. La vida es algo común a todos, en lo que todos nos vemos involucrados y el arte que se acerca a la vida tiene que ser, por definición, un arte acorde con ella.

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