Puesto que son actos efímeros, no objetuales, por definición son obras cuyo destino no es ser almacenadas, ni guardadas, ni mucho menos veneradas. Prima la idea, el proyecto. Lo que acaba ocurriendo con este tipo de obras, en el caso de entrar al mercado, es una contradicción y su documentación junto con otros subproductos sirven para hacer caja. Imaginemos El final del camino en una galería… las fotos del proyecto serían expuestas y recogidas en un catálogo e, incluso, podríamos exponer la moneda portuguesa de cinco céntimos en una vitrina de cristal. Con esto, estaríamos dando importancia a un objeto que no la tiene, porque no sólo es un objeto común similar a tantos sino que este objeto sólo es valioso en cuanto está integrado en el contexto de la acción, esto es, su lugar está en el puente abandonado. El mismo uso que se le ha dado a la moneda ya indica la contradicción: una moneda, que sirve para el intercambio de bienes y servicios en una sociedad desarrollada es utilizada para programar un recorrido; y se puede programar un recorrido con ella simplemente porque se puede lanzar al aire y caer sobre una de sus caras; su valor en el mundo ha desaparecido. Se me ocurre que alguien hiciera un viaje a un lugar realmente apartado de la civilización con los bolsillos llenos de monedas de un valor desorbitado. Para que estos objetos pudieran ser algo más que recuerdos nuestro viajero extraviado tendría que encontrarles otras funciones que no le fueran propias. Y si quisiera intercambiar las monedas con algún salvaje, éste las pretendería por su forma, color y tamaño, por su simbología o por cualquier otra cualidad, nunca, claro está, por su paradójicamente así llamado valor real. Estoy seguro que el salvaje intercambiaría la moneda sabiendo que puede con ella emprender un juego de azar antes que sabiendo que con esa moneda, en otra civilización, sería una persona rica. Si yo tuviera que instalar mi obra en una galería asfaltaría la sala y pondría la moneda en el medio. O mejor, me traería el asfalto del puente abandonado y colocaría encima la moneda. La instalación es una salida del ilusionismo y convierte un espacio en escena, es un antimonumento contemporáneo.
En estos casos en los que se le da valor al proceso y a la documentación hay una exigencia hacia el espectador. Éste tiene que, de alguna manera, terminar la obra. Y para terminarla debe recurrir a su propio ámbito experiencial.