sábado, 30 de mayo de 2009

Hacia ninguna parte

Previa deambulación por las terminales del aeropuerto de Barajas, el sitio me parecía idóneo para contrastar la deriva con la multitud de desplazamientos normativos que se llevaban a cabo en el lugar. La gente que allí se encontraba se limitaba a atravesar unos largos pasillos de punta a punta, en dos direcciones; ida y vuelta. Barajas me pareció, ante todo, lugar de origen y destino y en todo esto yo veía una linealidad muy clara que marcaba la tónica de los viajes. Caso a parte lo formaban las personas que esperaban su vuelo, muchas de ellas desparramadas en sitios inverosímiles, en el suelo, en cintas transportadoras… algunas de ellas efectuaban pequeños recorridos sin rumbo para amenizar su espera y ésto fue lo que me inspiró. A diferencia de toda aquella gente que viajaba a algún sitio, yo no iba a ninguna parte, y esto tenía que manifestarlo.

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La mejor forma de hacerlo, pensé, era trazar un recorrido minúsculo en contraste con las grandes distancias que cubrían los viajeros, no lineal, sino circular, esto es, la mejor forma de reivindicar un trayecto inútil pues supone avanzar, pero hacia ninguna parte. Como referencia al tiempo, se me ocurrió dar vueltas en el sentido contrario a las agujas del reloj, haciendo simbología de aquella intención expuesta en el proyecto de traspasar los límites físicos. Planteé que, en este caso, el límite de la acción fuera el impuesto por mí; que daría vueltas en círculo hasta que no pudiera dar más y así la acción se demoró durante cuarenta y cinco minutos, aproximadamente. Tuve que desistir por dos motivos; el primero era que estaba algo mareado y el segundo, que sentí que mi acción causó cierta hostilidad hacia el resto de algunos otros viajeros. En algunas ocasiones mi trazado interfería con otros, de tal forma que me veía obligado a abrir o a cerrar mi círculo, llegando a rodear, cuando alguien quedaba parado en él, a otras personas varias veces.

El apartado de documentación de la obra, por otra parte, causó una serie de interferencias en la acción. Puesto que no teníamos una idea preconcebida de lo que íbamos a hacer sino que la acción fue pensada en el momento, no llevamos con nosotros nada más que una cámara de fotos. Al tomar instantáneas del recorrido era imposible ver hacia dónde me dirigía, de forma que no se entendía la acción, ni tampoco quedaba recogido ese contraste entre los distintos desplazamientos que había sido el motor de la deriva. Finalmente optamos por tomar un vídeo de pésima calidad de cuarenta segundos de duración con algunos cortes, todo lo que nos permitía la cámara, apoyándola en un mostrador para conseguir la limpieza de un plano fijo. Fue muy decepcionante, especialmente para mí, que había llevado conmigo un registro de emociones, ver que la documentación no reflejaba bien el tiempo de la acción ni su transformación en el espacio, quedando este relato no sólo como justificación de la obra, sino también como suplemento a esa débil documentación.

Revisando esta acción y relacionándola con los contenidos de la asignatura, he topado con la obra de Oppenheim, quien introduce su propio cuerpo como parte de la intervención. En su obra, el tiempo está asociado al movimiento y realiza recorridos subido a un tractor dejando una huella que materializa el tiempo utilizado. Nos muestra que nuestra experiencia del tiempo no es real, experimental, sino convencional. Pero lo realmente vinculante es que su proceder es un modo de narrar el tiempo a través del movimiento.

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