lunes, 25 de mayo de 2009

La isla

La segunda deriva de este proyecto se llevó a cabo en Aranjuez. Para realizar la acción, traté de evitar cualquier trayecto conocido por mí anteriormente, recorriendo las calles de la forma más sinuosa posible, con motivo de desorientarme. Muchos situacionistas cogían un taxi, bien con rumbo fijo, bien sin él, también con intención de perderse. Llegado el punto, perdí la cuenta de las calles que había recorrido, extraviándome en cierta manera, no obstante no pude evitar perder la orientación espacial, gracias a la cual regresé al punto de partida no sin alguna dificultad. No tenía ninguna idea de qué iba a hacer pero en esta segunda acción también me vinieron a la cabeza los antecedentes. Recordé que había leído sobre una deriva que duró una jornada en la cual los participantes no podían abandonar la estación de Saint-Lazare, constituyendo el ejemplo de deriva de menor extensión espacial. Empecé a pensar que sería interesante limitar aún más el espacio, quizás a un trozo de acera... permanecería allí durante el tiempo que estimase oportuno, hasta que me aburriera o algo me impidiese continuar allí. Durante el recorrido, una calle muy corta había atraído mi atención pero pasé de largo.


Anduve un tiempo más hasta que, de repente, me acordé de la calle y volví sobre mis pasos. Cuando llegué lo vi claro. Iba a encerrarme en un triángulo de ceda el paso. Con esto ya tenía un espacio ciertamente pequeño y el tiempo vendría determinado por el hecho de que algún automóvil atravesara la calle, obligándome a abandonar mi isla. No era una zona muy transitada así que calculé que fácilmente podría pasarme media hora esperando. La imagen estaba pensada para que el automóvil que entrara, en una sola dirección, apenas hubiera doblado la esquina me encontrara sentado, mirando hacia él, en medio de la calle y en medio del triángulo. Esperé unos ocho o diez minutos hasta que el coche apareció. Antes de la espera me saqué una foto y durante la espera saqué algunas fotos de la isla, como si la cámara fuera un satélite.

Cuando el coche llegó quedó detenido prudentemente a unos cinco metros de mí lo fotografié y, en ese instante, el motor se empezó a revolucionar. Me sentí indefenso allí sentado, ante aquella descomunal máquina, que amenazaba con avanzar. No podía ver la cara del conductor, lo cual le daba a aquello un aspecto más monstruoso. De esta manera, un motor rugiendo, había sido el límite de la deriva.

Algo que asocia esta acción y otras a la instalación es que son obras pensadas para el espacio en el que se van a observar. André Breton, en su obra Palais idéal, centra su atención en el espacio específico.

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